Tantos son los recuerdos que una llega a atesorar, tras muchos años de escuela… Ahora que ya disfruto la jubilación, ese dorado descanso que siempre habÃa dibujado con lápiz de colores, y el paso del tiempo me fue transformando, primero en sepia, luego en en blanco y negro, afloran en el recuerdo escenas… reales, presentes, intensas, que han ido acompañándome y que ese mismo paso del tiempo no ha conseguido tamizar, diluir, en la experiencia acumulada. Hoy descubro que la vida en la escuela ha sido tan profusa en sentimientos, y la entrega, de maestros lo mismo que de alumnos, tan sincera, que la simple rememoración, se me hace realidad, vivida, y la debo expresar en primera persona del presente de indicativo. El ayer y el hoy se mezclan, y me confunden. Pero nunca lo hacen en términos de pedagogÃa, sino que son las ciencias humanas de la relación personal las que marcan todo mi magisterio. Incluso con cierto atropello, de modo apresurado, lanzo mi mano al frente, y en el aire retuerzo el gesto del puño, cerrándolo para, metafóricamente, atrapar ese tiempo pasado que dicen, siempre fue mejor. Me gustarÃa recuperar cuanto haya perdido, mejorar lo que generó insatisfacción, cambiar tantas lacras e incluso, perfeccionar… todo, porque todo, todo, se puede mejorar. ¡Ay!, cuán duro me resulta enfrentar ese tiempo irrecuperable, y encararlo en presente.
Discúlpenme ustedes, que no me haya presentado. Como una premonición, mi nombre es Soledad, pero me gusta que me digan «Sole» (Solita, no, por favor). Y se preguntarán ustedes, ¿quién es Sole? Está claro que yo. Habrán adivinado que he sido… ¿Por qué me habrá entrado ahora esa manÃa de hablar en pasado? Desde hace unos meses, concretamente, desde el verano pasado, mi lenguaje pareció volverse más rancio,y romper con una realidad que siempre encaré en presente. De modo que ahora, toda referencia a la que fuera mi vocación, y profesión, una entrega realizada con convicción y pureza en todos y cada uno de los pasos de su recorrido, de golpe, y, asÃ, de golpe, sin saber por qué, me transforma el tiempo verbal, y espontáneamente, ahora lo conjugo en pasado. Me preocupa el tema….
¡Pues no! Qué contra. Será duro romper con la rutina después de tanto tiempo (aunque mis allegados me han oÃdo negarlo, lo es, cuesta mucho), y quedarte cierto dÃa, y el otro, y todos los siguientes ya, en casa. Dicen que es momento de júbilo. Pero no sé qué gracia le encuentran al tema; yo, por mi parte, me niego a ceder un ápice de mi sentimiento. Y el primero y fundamental, es que soy, me siento y por siempre, seré: Sole, esa profesora, pequeñita, a la que la vida le robó quince centÃmetros de altura, y que no ha dejado de reclamar lo que consideraba suyo. Amiga de mis amigos, compañera fiel, sincera y honrada por ellos. Pero por encima de todo, maestra (no puedo decir maestraescuela, porque esa especie, hace tiempo que la modernidad la extinguió; pero sÃ… maestra). ¡Qué bonita palabra! La he perseguido toda una vida…. Y ahora no voy a consentir que me la quiten. Pienso seguir siendo maestra por siempre jamás.
Comencé mi andadura cuando la vocación no se sabÃa qué connotaciones debÃa tener. Estudiar, no era más que una manera noble, digna y hasta elegante, de salir del pueblo. Sucedió tan pronto en mi vida, que los recuerdos de la infancia se fueron diluyendo con suavidad en el manantial de la adolescencia. Ahora, en la distancia del tiempo, me doy cuenta que, en cierto modo, pese a la inmadurez que me empujaba, yo sà debÃa tener cierta vocación. A mi modo. Y lo digo porque aún hoy, la Escuela, esa ESCUELA, con mayúsculas, me llama; todos los dÃas me sigue llamando de la misma manera. Quienes entonces me conocieron, decÃan que tenÃa buena mano para los niños; yo les digo que el paso del tiempo no lo ha perturbado… Entonces, simplemente me gustaban. No sé si fuera debido a un retraso de la infancia, o que aún no la habÃa disfrutado suficientemente, el caso es que lo pasaba en grande jugando con ellos. Y ellos conmigo. Asà que, como los entretenÃa, decÃan que se me daban bien. Esta ha sido una habilidad que he cuidado sobremanera toda mi vida. Los niños, incluso cuando éstos ya fueron adultos y también trabajé en la universidad, no dejaron de ser, en cierto modo, mis niños. Por eso digo que me gustan, y me siguen gustando de todos los tamaños, sexo, religión, raza y condición. Siempre he tenido buena mano para entretenerlos, y sacar lo mejor que cada uno llevaba dentro. Esta fue la forma que tuve de afrontar los estudios de magisterio, profesión a la que luego dediqué gran parte de la vida, y también el modo que tuve de encarar la mÃa propia, que siempre acompañó al magisterio: buscar el lado bueno, aflorar las destrezas, y reconocer que cuantas virtudes acompañan a cada ser humano, hacen más… llevadera la relación, y agradable la convivencia. Quizás por eso me refugié en lo que llamaban una vocación. Para mi fue el modo de pintar la vida con los colores del arco iris: estar siempre con los niños, rodeada de jóvenes, que son los que hacen ruido, en el bullicio. Nunca fue conmigo aquello del solaz y el sosiego.
Las malas lenguas me califican persona un poco (bastante) guerrera. Ellos no saben que, en realidad, lo que mejor se me daba siempre, era huir del conflicto. Con ese sentido conciliador y pacifista, protagonicé cuantas movidas pude y me dejaron. Era sencilla, sÃ, abierta y correndona, también. ¡Qué le vamos a hacer! Nacà para vivir la vida con intensidad. Y lo he cumplido, sola o acompañada, según correspondÃa en cada momento, le apliqué a la vida toda la emoción y la intensidad que pude. Por supuesto que con discreción. Yo no era de grandes estridencias. Prudente. Estoy segura que esto, fue una ventaja en mi vida profesional, porque me permitió empatizar siempre con los alumnos: los comprendÃa, y compartÃa su inquietud.
En el magisterio, tuve la dicha de vivir en situaciones muy dispares, en contextos distintos y, sobre todo, conocer a personas muy, muy interesantes. Primero como estudiante, luego, como maestra que estudiaba, después como estudiante que trabajaba, más allá, una docente algo especial, luego, profe, siempre con iniciativas, aires nuevos, porque me atraÃa la vida con tal intensidad, que lo practicaba todo, y claro, no dejaba de sorprenderme a mà misma y a los demás. Eso sÃ, nunca perdà la cabeza, ni la razón. Todo lo hice, o al menos yo asà lo entendÃa yo, con mesura. Y dentro de lo razonablemente útil.
De este modo, las experiencias se me han ido acumulando. No tenÃa tiempo para digerirlas debidamente. La reflexión me llevó a ocuparme siempre de lo inmediato. Y doy fe que nunca, nunca, dejé de mantener una actitud reflexiva en la pedagogÃa. Leà a los clásicos. A los otros, alguno, también. Debatà cuantas novedades asomaron a mi vida. Y ese debate me hizo acomodar, con el tiempo, la forma ver aquello que nunca mutó dentro de mÃ: el cariño y la comprensión por el que aprende. Me mostré abierta a los signos de los tiempos. Mi fe en el ser humano, superó todas las inquietudes, y cuestionamientos que aparecieron en un momento u otro. Ya veis, nada ha cambiado. TodavÃa hoy me gustarÃa conjugar la vida en futuro, rodeada de niños. No os engañéis, ellos son el único motor de la vida. Nada mejor que una jubilada, para saberlo.
El paso por la universidad tampoco consiguió modificar mi planteamiento aunque me deparó experiencias nuevamente sorprendentes. Al haber dedicado mis primeros años de experiencia docente a la escuela básica, cuando accedà a la superior, era tarde para lo que entonces se acostumbraba. Pero me acogieron; no sé si fue porque les caà bien, o porque les interesaba mi bagaje. La cosa es que he dedicado los últimos veinte años a la Facultad. Allà me encontré otro mundo, que tuve de entrada que comprender. Aceptarlo ya me costó un poco más (el espÃritu rebelde, ya sabéis…). Lo cierto es que estaba muy confundida. Idealizaba la excelencia del saber, y por eso llegaba convencida de aportar cuanto se debÃa saber de la práctica; lo suficiente como para estar debidamente cualificada y poder teorizar en torno a la pedagogÃa del momento. Descubrà otra universidad. La cátedra siempre me resultó muy grande, e inaccesible; pero no por falta de capacidad, sino porque la academia tiene sus propias reglas y quienes me conocen saben que mi espÃritu indómito choca con esta estructura. ¡Qué le voy a hacer! Mis convicciones siempre evitaron cualquier displicencia con la norma. En cambio, la convivencia nunca se me dio mal, al menos con los compañeros. Y debatir con ellos, incluso haciéndolo en tono cientÃfico, siempre me gustó. Hasta el extremo de buscarlo con cierta ansiedad. Tanto es asà que lo mucho que aprendÃ, compensa el esfuerzo. Pero la ambición que el poder y el saber generan en el ser humano, acababa por chirriarme. Perfeccioné el ser; el poseer, en mi caso no iba más allá del mero conocimiento. Asà que ese periodo universitario, redujo mis facultades, a expresiones puramente humanas, y humanistas. Hoy, con la mirada vuelta, de nada me arrepiento. Muy al contrario, mis publicaciones y mis clases, dan fe de un paso efÃmero, nada elocuente y bastante convencida de cuanto hice. También conservo amigos. Sobre todo eso, amigos, y de ellos me he llevado su cariño, su entrega y la fidelidad que siempre me profesaron. Nada mejor puedo desear, pese a que mi duelo interno siga reclamándome que podÃa haber luchado con mayor ahÃnco y convicción por cambiar las cosas, yo me digo, no sin cierta sumisión, que ésa es tarea de jóvenes. Me quedo ahora con la memoria.
La memoria es el reducto que algunos, yo creo que por mantener el tono rebelde, consideran el descanso del guerrero. Por eso se defiende y hasta se justifica. En la distancia resulta agradable contemplar el pasado; verlo con cierta satisfacción y hasta creer que se hizo todo lo que se tenÃa que haber hecho. Asà lo creo. y además, estoy convencida de ello. Ahora que el futuro descuenta mi tiempo, poniendome en el retrovisor la vida, ésta se me antoja aún más placentera. El pasado, como si de un monitor se tratara, me ofrece en imágenes, todos y cada uno de los recuerdos, en tecnicolor, panavisión y hasta surround. Nitidez digital, incluso en 3D. Puedo tocarlas y sentirlas todas ellas, porque son mÃas. Evocan la que ha sido una existencia entregada a la enseñanza, que me he empeñado en protagonizar. Y de este modo hoy, con este relato, pretendo recuperar la memoria, con sentido, como reconocimiento individual, y ofrecerla a cuantos pueda interesar. Lo hago del mismo modo como fue mi magisterio: oblación gratuita. Pues yo, por mi parte, al evocarla, me siento ya cumplida. Disculpad este absceso de individualidad; mi ego lo necesitaba. Prometo no repetirlo
London, 4-mayo-2013.