HAGAMOS UN PACTO, PERO CON EDUCACIÓN

Una vez más, hemos de asistir atónitos a un debate, con el correspondiente revuelo; porque eso sí, aquí todos tenemos derecho a opinar, desde el ministro, que para eso lo es, hasta el último ningundi, como puedo ser yo, y más si se trata de un tema por el que todos pasamos alguna vez, unos en su papel de alumnos, otros padres o si no, los abuelos que llevan a los nietos al cole. El caso es que la manipulación, el sectarismo o la opinión, unas veces pública y otras particular, en tertulias lo mismo que en los papeles, hacen que la Educación vuelva a estar en liza. Y como siempre, con una nueva propuesta legislativa; van ya no sé cuántas (aunque si he de ser sincero, sí sé cuántas van y prefiero no saberlo), todas con los mismos argumentos, similares protagonistas y desenlaces nada dispares entre una y otra. La cosa es que seguimos con lo mismo; no se avanza El problema ahí está, nuestros pequeños y jóvenes siguen creciendo, y este país no acaba de canalizar el verdadero problema de la educación, que más adelante les diré cuál es (por supuesto, desde mi humilde opinión).

Como sucede en estos casos, siempre hay quiénes hablan bien de la norma y también están sus detractores. Todos armados de razón y de razones, lo hacen con empeño y ahínco para ganar posiciones en el contexto sociopolítico e incluso con intención (e interés) de movilizar lo que se ha dado en llamar (y yo dudo que lo sea) la opinión pública. Quienes la justifican, desde luego que arguyen razones fundadas que básicamente, apuntan en una triple dirección: en sentido económico,  social e individual. Veámoslas.

Con su planteamiento económico, nos ofrecen una interpretación del problema educativo más que nada integradora; una visión de futuro bien clara pues, con la que está cayendo, todos sabemos que es importante y necesario acomodar la formación de nuestros jóvenes para que puedan responder  más adelante, a la exigencias del contexto socioeconómico (así lo llaman algunos, si bien otros le dicen directamente mercado laboral), que será el único capaz de satisfacer la demanda profesional del futuro (la satisfacción de las necesidades de otra índole, se pospone). Una vez más nos enfrentamos al dilema escuela competitiva/inclusiva, pero versión dospuntocero. Parece ser que hoy, el ser humano, aunque también necesite de la mente y, por supuesto, del corazón, le confiere al asunto del comer cierta prioridad.

En segundo lugar, la educación, aún más que nunca, justifica la imperiosa necesidad de un cambio, que depare una transformación social mayor, una nueva cultura, la llamada cultura del esfuerzo. Y no sólo para los jóvenes, sino en general, para todos. Lo que ocurre que como ellos son los que tienen la línea del horizonte más alejada, copan la atención de su transformación cultural. Pero nos vendría de perlas un repaso a todos. Sólo tenemos que echar un vistazo alrededor, para encontrar que la seguridad, el fraude, el engaño o la justificación son metas, objetivos personales que contribuyen al logro, facilitando una vida cómoda y fácil. Así, ¿quién va a preferir el trabajo, la coherencia, el rigor o la curiosidad? Con ese ambiente, ¡cómo no van a aparecer nuevos dioses como el hedonismo, le egoísmo, o todos los «-ísmos» que se nos ocurran! La educación aquí emerge como único elemento regenerador, si lo que se trata es de transformar la cultura social.

Por último, en el plano individual, hemos de apelar a lo más personal, donde siempre es necesario  demostrar mayor responsabilidad en la educación de los hijos. No les asiste la razón, a quienes reclaman la gratuidad, o una cualquier otro ideario, que en realidad ya poseen y se les respeta, cuando por el contrario, ni se les pasa por la cabeza la importancia, o la posibilidad, de exigir un mínimo rigor profesional en la formación (también informal) de los pequeños, o valorar cuanto la televisión, las redes que se llaman, tampoco sé por qué, sociales, o la cotidianidad de la vida social van decantando con paciencia calculada en ellos. Pero hemos de reconocer que la implicación familiar hoy, ya no es importante, sino básica, como la propia educación. Y en eso tendríamos que estar todos implicados.

Como puede apreciarse, este triple planteamiento, justifica la orientación del cambio y, de algún modo, también su necesidad. Pero en el otro bando, el de aquellos que se muestran críticos con la ley, también se aporta un análisis de la situación bien fundado. En el plano economicista de la legislación, se aboga por una legítima defensa de la igualdad; interpreto que se trate no sólo en el acceso a la educación, sino también en su proceso y, por supuesto, en el egreso. Formarse es importante y todos tenemos ese derecho a recibir una formación… ¿en igualdad? En este punto me planteo si acaso lo importante se transforme en fundamental, cuando lo percibimos en términos de equidad; lo que supondría que la educación que a todos se ofreció, aunque no se recibió por igual, sino en virtud de la propia capacidad (con ciertas reminiscencias bíblicas, parece que hoy se impone el término «talento»), la implicación o el empeño de cada uno. De este modo el fruto (o el producto, por utilizar la terminología apropiada), más que uniforme, resulta equitativo; y el aparente desequilibrio, eleva de modo natural el nivel de logro, devengándonos profesionales comprometidos, además de bien formados, abiertos al futuro, en constante proceso de transformación, que es sinónimo de actualización, evolución, crecimiento (un término que económicamente gusta más), para lo cual también es necesario formarse. De modo que aquello que se planteaba como un derecho obvio, resulta una responsabilidad, que en su salida profesional marcará las posibilidades de cada uno.

En el plano social, frente a cualquier sectarismo, del tipo que sea, se le reclama que la educación contribuya a un desarrollo moral de la convivencia. El respeto a la persona, como miembro del grupo, implica no sólo su aceptación, sino otorgarle al sujeto la posibilidad de integrarse de modo efectivo en la vida cotidiana (hablaríamos de compromiso), aceptando algo más que su presencia, pues como tal, su carácter, y su cultura, es valiosa contribución, siempre necesaria. Y la educación ha de favorecerlo, generando medios, recursos y procederes adecuados.

Por último, en el plano individual, conscientes de que la diferencia existe entre nosotros, también es normal que una normativa de este calado, tome en consideración la personalidad de cada uno, valorando su particular contribución al medio, la cual lógicamente, ha de ser respetada. Y cuando se habla de respeto, se refiere a la individualidad, que tanto enriquece a todos; se refiere a la autonomía, que al ser humano se le ha de considerar, aceptar e incluso potenciar; se refiere a la dignidad, por la cual todo individuo puede y debe recibir un trato diferente; se refiere a exigir responsabilidad, que supone una aceptación de derechos y la obligación de unos deberes; se refiere a tolerancia, diálogo, ejercicio y actividad, a tomar en cuenta todo cuanto de personas tenemos, y lo que nos hace aún eso, mejores, mejores personas. Todo esto, también se educa; y también debe aparecer en un programa educativo que se precie.

Y ahora, habiendo valorado ambos planteamientos, ¿no creen ustedes que sus posiciones no están para nada enfrentadas, sino todo lo contrario? Si es así, si ustedes, pacientes lectores, al igual que yo, lo ven así,… no voy a caer en el evidente corolario de preguntarme por qué no se demuestra mayor educación, integrando todo este planteamiento en una postura común, uniforme; pero no me resisto a la tentación de reclamar, exigir, que si, como parece, se complementan,… procédase, compleméntense. Claro, que lo entiendo; no es nada fácil, requeriría apartar prejuicios, intereses y rencores. Pero es así; esta parece ser la solución que al principio les anunciaba: voluntad, interés, necesidad de mirar en una misma dirección. Y ganas, capacidad o voluntad de entendimiento; díganlo como quieran. Pues eso. Lo que se ha dado en llamar un gran pacto por la educación. Que no se sabe por qué, resulta algo etéreo, siempre se menciona, todos lo quieren y nadie lo logra. Pero lo cierto es que este parece ser el camino. ¿A que sí? ¿A que ustedes también lo piensan? Pues, aunque lo veamos todos tan claro, lo cierto es que no se nos encamina por esa senda. No me quiero imaginar por qué, pero me preocupa; me preocupa que nuestros pequeños y los no tan pequeños, todos ellos, estudiantes de pro, que en términos de economía son nuestros clientes, en el plano social resultan un sector importante y clave de la sociedad y considerados de un modo particular son mis seres queridos, mis alumnos, la razón de ser de una profesión, a la que tanto quiero, y tanto debo,… digo que, estos pequeños, ahí están. Todos los días entran en el aula. Y me gustaría que salieran con la mejor de las disposiciones, y de las  producciones, con el mayor de los aprendizajes: el deleite de su convivencia y la inquietud por el conocimiento; en otras palabras, con la satisfacción de sentirse realmente bien, bien educados. Ellos lo merecen.

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