– Son tres euros, me dice, escudándose en la mejor de sus sonrisas.
– Vaya, ya veo, que aquà el agua está por las nubes…
ParecÃa relajarse tras la primera impresión, provocada por mi inicial cara de asombro.
– («Por lo menos se lo toma a risa», debió pensar, por la broma que incluÃa el comentario), pero no quedaba muy conforme, o quizás fuera que la conciencia estaba aliándose en la travesura, remordiéndola,… porque de inmediato enlazó un espontáneo…
– Yo no marco el precio… Me explicó, parapetada tras su dentadura nacarada.
– SÃ, claro, supongo…
La escena tiene lugar en un avión. Un avión de los modernos, de esos que llaman de «low cost», que traducido no significa otra cosa más que «bajo coste». A las pruebas me remito… Ya, ya,…
Tomo mi botellÃn, medio litro de refrescante y cristalina agua. De una fuente,… de procedencia desconocida. No importa, ¡a estas alturas, no vamos a andar con remilgos!
Y como corresponde en estos viajes, el recogimiento del asiento invita al pasajero a la introversión, a la reflexión. No puedo (ni quiero) evitarlo: ¿por qué tenÃa necesidad una señorita tan simpática de justificarse? Está claro que reconoce el abuso al que se presta, impunemente, aunque con cierto remordimiento. Pero lo hace. No le queda más remedio. ¿O sÃ? Un puesto de trabajo, hoy dÃa ya no tiene precio. Y más éste, que está por las nubes, como mi agua: lo tomas o lo dejas…
Y esto, es lo mismo que nos pasa a todos. Quizás hasta con la misma impunidad, semejante limitación y escasez,… de remordimiento; somos capaces de pasar por alto, constantemente, cotidianamente, numerosas injusticias, acompañando la comida sin perder el apetito, mirando a otro lado y expresando suavemente ese mismo «no es culpa mÃa». Pero la verdad es que ahà están, no las vemos pero ahà siguen: el bebé que sufre, el inmigrante desvalido, el anciano solitario, el joven adicto, la mujer vejada, la familia desestructurada, los jóvenes emigrados, el parado que mendiga,… Todo lo achacamos a la crisis, de la que nadie tiene la culpa. La violencia, que ninguno provocamos, el rencor del que sorprende su presencia, el robo, en el que no se participa, aunque el hurto no nos esquiva, la degradación y hasta la degeneración,… perdemos valores, pero seguimos el viaje con tranquilidad, pues al fin y al cabo, «ninguno de nosotros tampoco hemos puesto las reglas».
¡Qué pena!, valer para tan poco, servir sólo para esto es pobre, muy pobre, pensaba en el avión, mirando a la señorita de la sonrisa de nácar… Sólo es una más, entre tú y yo, el grupo, todos. La impunidad es tanta, y tan difÃcil salirse de la norma, que se nos está empobreciendo hasta la sociedad,… Eso sÃ, continuamos el viaje, bien frescos.