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Más allá del veintitrés de abril…

Una fecha interesante, de todos conocida y reconocida es el 23 de abril, un día recordado por muy diversos motivos. Hay lugares donde se conmemora el día de San Jorge; en Aragón por ejemplo, donde se celebra el día de su martirio (ocurrido esa fecha del año 303), significándolo como el día de la Comunidad. En Cataluña lo dedican a este mismo patrón (ellos le dicen  Sant Jordi), y lo declaran festivo, pues reivindican la cultura catalana celebrando la conciliación del amor y la literatura, regalando un libro y una rosa (costumbre ya más extendida, que se inspira en el color de la sangre derramada por el dragón derribado por el santo). En nuestro caso, la historia se encarga de significar convenientemente ese día, conmemorándolo como la fiesta del libro, una efeméride que formalizó mediante decreto el rey Alfonso XIII en el año 1926, aunque luego vino la UNESCO, y el año 1995 le confirió rango internacional, por coincidir esa fecha (1616) la muerte de dos de las personalidades más importantes de la literatura universal: Miguel de Cervantes y William Shakespeare (un tercer ilustre que falleció ese día había sido Inca Garcilaso de la Vega). No obstante, la idea de la celebración literaria habría que atribuírsela más bien al escritor valenciano Vicente Clavel Andrés, quien lo propuso en 1923 a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona, iniciativa que tres años más tarde, como decíamos, consiguió la ratificación real, pretexto que sirvió para que una vez que el entorno sociocultural lo asumiera y el político lo refrendara, todos los años se nos inunde ese día con la convocatoria de todo tipo de actos, siempre con el libro como tema central. Sea como fuere, ese veintitrés de abril, ahora aparece señalado en nuestras agendas como el “día del libro” y lo conmemoramos regalándonos libros, rosas, textos y todo tipo de recordatorios con motivos literarios.

De este modo, como “la ocasión la pintan calva”, los “mentideros” editoriales y todo el mundo que se mueve en torno a la cultura del papel, ha ido con el tiempo conformando un profundo sedimento en esta efeméride, reforzado por la entrega que en nuestro país se hace ese día del galardón más prestigioso que existe en la literatura española: el premio Cervantes, que el rey lo lleva hasta la cuna cervantina, en la noble Universidad de Alcalá, para entregárselo a un escritor, o escritora reconocida en lengua castellana. Así, a base de regalarnos libros, de realizar públicas lecturas, de convocar actos en memoria del libro, de organizar actividades dentro y fuera de los contextos escolares, y un interminable etcétera, hemos conseguido que lo reconozcamos como un evento de prestigio, donde se practica el ansiado regalo y se comparte el interés que ahora todos tenemos porque se nos reconozca el prestigio cultural que nos confiere adquirir el estatus de “lectores”, amantes de los libros.

Total, que es un día de fiesta; para los libreros y para nosotros; y para los floristas también. Porque la mayoría, ese día, nos regalamos libros y rosas o rosas y libros: lo hace el padre con la madre, la hermana con el hermano, el abuelo a la nieta, la sobrina a su tío, el novio que quiere quedar bien, y la esposa, el compañero o la amiga que también, los colegas para “coleguear” y hasta algún que otro jefe, un poco espabilado, se marca un buen tanto aprovechando la ocasión. A todo el mundo le parece una estupenda ocasión, para cumplir en tono cultureta. Por ello, no resulta extraño, encontrar campañas que promocionen esa masiva venta de libros: del 10% Off (de descuento), concursos, quedadas, performances, exposiciones, grafittis, cursillos, representaciones, puestos callejeros de venta, depósitos de libros, apertura de bibliotecas, propuestas sorprendentes, inauguraciones especiales, cafés literarios y un largo etcétera de eventos que llenan a rebosar el día y colman de sabor literario los más recónditos rincones de nuestras estanterías.  Actividades, cuyos efectos se nos van poco a poco, quedando alojados en la memoria, y aparecen en la vida cotidiana sin necesidad de reclamarlos; casi por “evocación espontánea”. Todo en un día. De algún modo, lo que se celebra ese día, queda entre nosotros, impregnando los poros de nuestra piel. Y es mejor que así sea. Yo diría que incluso, necesario. Porque es bueno que, de vez en cuando, se nos recuerde quiénes somos y de dónde venimos, y que gozamos de una cultura, a la que todos, cada uno en su medida, contribuimos.

Y aquí quería yo llegar. Celebrar el día del libro está muy bien, pero no tiene, ni debe, quedar en eso, en un día. Todos ustedes que me leen, estoy seguro, me dan la razón. Ahora que han transcurrido más de tres cuartos de siglo de celebración, parece necesario romper la monotonía de un día, y aportar referentes que permitan su celebración el resto del año, los otros trescientossesentaycuatro “no efemérides” en que también es posible recordar la importancia de leer. Al fin y al cabo, la literatura, nuestra literatura, recoge la esencia de nuestro pensamiento y conviene que nos acostumbremos a ejercitarlo con asiduidad.

Me van a permitir ustedes que aproveche el escaparate que supone este periódico, para reclamar una presencia más frecuente de la cultura literaria y lectora, en nuestra cotidianidad. En  realidad, pienso que debiera ser así. Conviene que leamos con la misma asiduidad con la que tomamos un café, vemos una serie de televisión o compartimos una charleta por whatsapp. Como digo, las letras, las palabras, deben entrar en nuestra vida, con naturalidad y con normalidad. Y todos hemos de sentirnos responsables, todos; porque todos somos garantes de esa, nuestra cultura. ¿Cómo? Desde luego, habrá que hacerlo con un poco de creatividad.

Por mi parte, sugeriré un par de iniciativas que, si se llevan a efecto, conseguirán no sólo dignificar la lectura, sino que también, nos permitirían cambiar un poco la cultura del entorno y, de paso, conferir valor a nuestra idiosincrasia popular. Suponen un beneficio social grande; para conseguirlo, es fundamental que se impliquen nuestras instituciones (no me refiero a organismos oficiales sino a la sociedad civil), sumando esfuerzos, haciendo que todos pongan su mirada al frente, asumiendo la necesidad de apoyo que tiene la lectura, e implicándose muy directamente. Por ejemplo, agrupaciones culturales, como la Sociedad Cántabra de Escritores, el Centro de Estudios Montañeses, fundaciones como la de Gerardo Diego, o alguno de nuestros Ateneos, podrían inspirar y ayudar a empresarios a través de sus Cámaras o a los comerciantes asociados, dándole difusión a estas dos propuestas. Incluso alguna de las universidades (hay cuatro en nuestra región), que se alinean con los garantes de la cultura, podrían perfectamente implicarse. Voy con ellas:

Con la primera pretendo sensibilizar fundamentalmente a los libreros, verdaderos mediadores y referentes estructurales. Para hacernos idea de su potencial, acudimos a la web del gremio que si bien no indica el número de librerías asociadas con que cuenta la región, si los sumamos a las bibliotecas y ludotecas que realizan una función divulgadora similar en todos los rincones de nuestra geografía provincial, se conforma un excelente frente de activos, comprometidos con nuestra cultura… ¿Saben que contamos con varios cientos de autores “vivos”, de esos que viven la puerta de al lado, cuyas obras tienen que ser difundidas fuera de Cantabria porque de puertas para dentro apenas tienen difusión? Siento verdadera lástima (grima, diría más bien) cada día que paso frente a algunas de nuestras librerías, y veo cómo tienen sus escaparates profusamente dedicados a los superventas, sin percatarse de que están completamente vacíos de nuestra propia cultura regional. ¿Tan difícil resultaría ofrecer alguna referencia de nuestra literatura regional en el expositor? Haciendo patria. Aunque no sea por lo que se venda, al menos sería un ejercicio de respeto por el entorno cultural. Anímense, señores libreros, que es fácil (un autor, una obra, una temática, …); de este modo, queda satisfecha su aportación al diezmo comunitario. Y donde digo librería podríamos decir biblioteca, centro cultural, colegio y todo aquel que se sienta partícipe del acervo popular, porque nuestra tierruca es vasta y extensa. Se trata de poner entre todos, en valor, nuestra cultura regional.

La segunda iniciativa, de entrada, he de reconocer que no es mía. Quiero decir que no se me ha ocurrido a mí, porque la he visto plasmada en una lejana ciudad, cuyo resultado me pareció excelente. Se trata de decorar los escaparates (frutería, barbería, restaurante, bar, estanco, papelería, panadería, … ) de todo comercio que se precie y demuestre una mínima sensibilidad por la cultura, con frases (escritas a rotulador) de nuestros propios escritores (actuales o antiguos, todo suma). Aquí es posible establecer la colaboración que las sociedades culturales pueden brindar a los comercios y librerías, pues ellos son los que mejor dinamizan la cultura del entorno. Para cualquiera de éstas, resulta fácil ofrecer un amplio catálogo de citas, que el comerciante puede plasmar en el cristal de su escaparate. Ahí, acompañado del nombre de su autor o su autora, nos permitiría tomar mejor conciencia de “todo” lo que tenemos, de lo nuestro. Bien fácil. Escrita así, a mano, expuestos a cualquier consideración grafológica, con un simple rotulador, se transmite mayor sensibilidad pues cuando el escrito se personaliza, es más fácil hacerlo, y sentirlo, propio. ¿Véis qué fácil resulta culturizar la ciudad, el barrio, el pueblo…? Es algo más, porque simboliza un interés y un compromiso. Si, además, procedemos a practicar ese noble ejercicio de dejar algunos libros al albur de nuestros vecinos (depositados en establecimientos, tiendas, bancos, o estantes)  “remataríamos” la campaña.

27.05.2024