Archive for the ‘Cuaderno de viaje’ Category

Mediocridad, a la orden del día

Cuando el diccionario de la Real Academia de la Lengua cita la palabra «mediocridad», se refiere a ella como aquella cualidad que caracteriza a  la «persona de poco mérito, tirando a mala». Este, y no otro, es un tipo de personas que, con mayor frecuencia, encuentro en mi entorno, vital (entorno-vital, así parece que ser que debo decir para  mencionar cuanto me rodea y conforma la vida cotidiana, es decir, mi  familia, mi gente, la prensa, la televisión, la literatura, el cine… la cultura y, por supuesto, el contexto de trabajo, que también se ha dado llamar la cultura-de-mi-entorno). Bueno, pues como digo, cada vez con mayor frecuencia, me topo con mediocres, en todos los ámbitos. Son muchos, y están en todas partes; y lo gobiernan y dirigen todo, porque sirven lo mismo para presidir la oficialidad sociocultural, que para ordenar el pensamiento mediático, dictar cátedra, o gestionar el fundamento que rige en esencia la administración. Unos aparecen disfrazados de seres políticos,  tan mediáticos ellos, capaces de convencernos de que pueden liderar el sentimiento básico del ser humano. Otros, resultan adlateres de la cultura, son tertulianos de la ordinariez, capaces de generar un pensamiento de lo más elaborado, partiendo de la nada. Luego están los críticos, antes llamados librepensadores, que van, o iban, por libre, capaces de pensar por sí mismos y, por lo tanto, también justificar sus hechos y lo contrario al mismo tiempo. Tenemos los que se erigen en defensores de las más nobles causas: humanistas, laboralistas, ecologistas, evolucionistas, y todas las istas que usted pueda conocer, ya sean locales, regionales, nacionales, internacionales y hasta culturales (que para eso se inventaron las oenegés). Esta, su dedicación es tanta, que hasta se ocupan del desarrollo del propio ser. En esa lcupación ocultan  precisamente su mediocridad. Por supuesto, no podemos dejar de lado tantos y tantos académicos, de rancia sabiduría, unos más doctos y recalcitrantes que otros (que para eso los hay que están formalmente titulados y cuentan con sus cátedras, oportunamente conseguidas). Y por último, nos quedarían por citar algunos sabihondos (que es sinónimo de profundo), de barrio, de los de toda la vida, que también los hay.
Todos, están pululando por ahí y se dejan ver con cierta facilidad, expuestos gratuitamente, listos para que «su» público, fiel hasta la admiración, los adore, venere, reverencie, defienda y hasta tutee,… y en su mejor esencia, tras libar su mismo néctar, ya todo es posible, por lo que acaban por convertirlos en un mito (palabra griega que inspiró esa otra de «meta», objetivo de todo ser humano que se precie, capaz de conseguir llegar al mismo lugar que ha llegado ese otro: total-si-no-valía-más-que-yo). De ese modo pueblan nuestra geografía gentes capaces de regatear, hacer gorgoritos, danzar, hablar, escribir y hasta grafitear, como nadie. Esto es lo que se lleva, lo moderno. No te me vayas a desbandar, y salir por peteneras, manifestándote contrario a la progresía, porque sin ella, la vida no existe. Tú, siempre, adelante, tras el mito (que como se sabe, cuando lo agitas un poco, resulta ser un timo).
 Pues, como digo, los mediocres, estos seres abundan, y el aroma de su mediocridad nos alcanza con suma facilidad, impregnando la cotidianidad de tal modo, que lo contrario, ya no sólo resulta sorprendente, sino que parece descolocado (retrógrado, le dicen). Ser mediocre no te preocupe, tú, queda bien, demuestra inteligencia, pero emocional. Aunque en lo demás no funciones, cuídate de quedar bien (lsé lo que se llama políticamentecorrecto), y no te preocupes, porque siempre vendrá detrás algún pringadillo, de esos que detestan tu «malesía», y lo cambiará, y quizás, hasta lo arregle. Ve tranquilo, que no pasa nada. Al fin y al cabo, ¿quién no se ha saltado alguna vez una norma, límite, prohibición o  costumbre? Lo importante es lo primero. Y ahora, como se dice, es tonto el último que no sepa aprovechar la coyuntura, y alzándose sobre los demás, ocupe el cargo, demostrando que sabía estar bien situado. Esta es la clave. Po-si-cio-nar-se. Así luego, sale lo que sale: la mediocridad que uno llevaba dentro, traducida en una gestión errada, una fuerza mal ejercida, acciones inadecuadas, e insatisfacción por doquier.
 Llegar a gozar de poder, por razones de ideología, posicionamiento, intereses o necesidad de medrar, es lo que trae. Lógica ineficacia, no más. Así nos pinta, porque no olvidemos que estos personajes, o personajillos, de los que hablo, en esencia, muchos de ellos, nos mandan, gobiernan, dirigen…. y la sociedad que, en base a su mediocridad, están conformando, tiene poco de buena. Por eso, precisamente, el horizonte resulta difuso, porque no sabemos (ellos no lo saben), hacia dónde nos encaminamos (desconocen la meta hacia la que nos encaminan), así que vamos dando tumbos y acabamos derrotados, pero tranquilos (que no contentos). Ellos nos lo dicen, desde la atalaya de su mediocridad, es lo que hay.

Noviembre, 2012

Este artículo fue publicado en la Edición Cantabria del Periódico El Mundo, el día 9 noviembre 2012 (pág. 2): Ver aquí

Ortografía

En el marco de este compromiso que he adoptado con la cultura, me parece obligado hacer una breve reflexión sobre la continua afrenta que está sufriendo, en la sociedad actual, nuestra ORTOGRAFÍA. Y permítaseme referirme a ella de este modo, con mayúsculas, pues creo, con total convicción, que no merece un tratamiento inferior.
La ortografía vemos cómo está resultando vituperada en la cotidianidad de nuestra vida, y lo que aún es peor, ignorada por cuantos estamentos, organismos, personajes y medios, se atribuyen al mismo tiempo, la condición de garantes del lenguaje y del buen decir. Su propia hipocresía les arropa. La cosa es que al final, nadie parece salir en su defensa y quien lo hace, sabe a lo que se arriesga.
El artículo lo ilustro con una pequeña muestra que ejemplifica esta ignominia. Son fotografías que se han captado con espontaneidad, registrando la escena en el mismo marco en el que apareció. Así como lo encontramos, de un modo natural. Lo mismo fijado con spray sobre una pared, que en la tela de la pancarta, el papel de la ilustración o el grafeno que tanta modernidad le confiere hoy a la comunicación. Toda. Esta diversidad contribuye a enriquecer el argumento, nuestra teoría, nunca intuición aunque sí convicción, de que el error, el escarnio, tiene lugar en cualquier momento, en cualquier sitio y que, además, parece dar igual. A nadie inquieta. Un sencillo “se entiende lo que dice”, nos lo justifica, y para nada evita que se afee desmedidamente la situación. Cuidar la ortografía, parece ir asociado al sentido de la corrección, la bondad, lo adecuado y perfecto. No está buen visto, resulta hasta retrógrado. El esnobismo gusta más, parece hasta ingenioso. Cuando no debiera se así. Preferiríamos que se normalizara el rigor ortográfico, de modo que París no perdiera el apéndice prosódico, para seguir siendo una ciudad con encanto, o que tuviéramos bien claro que palabras como ola, vaca o mamá, resultan bien distintas cuando se le cambia o añade alguna letra. Son tantos los vocablos que pueblan la frontera de la corrección, que la desafección alcanza casi a la totalidad de nuestro vocabulario. Por eso, nos permitimos decir, convencidos, que nuestro idioma es tan rico…  y tan frágil… precisa cuidado, intervención, mimo.
Es necesario que todos y cada uno de nosotros, asumamos el compromiso de respetarlo, si no queremos depauperarlo, o perderlo. Y del único modo que se puede preservar es conociéndolo, amándolo. En su plenitud, con brillantez. Y por supuesto, erradicar esas retahílas infundadas, que lo depauperan: las mayúsculas no se acentúan, la puntuación no es importante, las reglas están para saltárselas,… Tanta banalización, flaco favor le hace a nuestra lengua. Y a quien lo practica. Y a nosotros mismos, porque todos perdemos, afeando la calidad del lenguaje.
Octubre-2012

Volando en tren (AVE)

Mira por dónde, hoy me siento con ganas de iniciar este «diario» que lleva largo tiempo rondando mi cabeza, con la sana intención de poner un poco de crítica en alguna de las reflexiones que cotidianamente me aporta la rutina de la vida. Y lo hago dede el tren;  me gusta hacerlo aquí, entre otras muchas razones por las placenteras sensaciones que me evoca este medio de transporte.
La crítica, claro, marcada por el cariño del afecto que ya he señalado, corresponde a lo complejo que me resulta encontrar en él, perdido por los vagones, en sus gentes, o amasada en la reducida vida que emana, un poco, o un mínimo de «cultura».
Esa cultura, que yo concibo como una forma de deleitar la vida, me cuesta hoy encontrarla aquí, en el tren. Pienso que o no sabemos, los españoles, o no queremos enterarnos. Un medio de transporte, ha de ir mucho más lejos de lo que suponga una mera transposición espacio-temporal de los pasajeros, esos, a los que por efecto de la modernidad, nuestra querida RedNacional de Ferrocarriles ha transformado en clientes (llega a ofrecer un servicio de atención específico para ellos). Yo creía que el medio era capaz de dignificar el viaje y con él todo deleite comunicativo, relacional y hasta emocional. Pues no, debo estar confundido, porque hoy día, el concebido, vendido y publicitado como «moderno» AVE, ese que es capaz de llevarte a velocidad de vértigo, pierde en la esencia de sus vagones, toda relación con el ocio, la cultura e incluso la educación.
Me encuentro, como digo, ahora en él. Viajo, y escribo (evidente) y «degusto» ese aperitivoque ellos, correspondiendo al recargo que lleva implícito mi billete, me ofrecen: un café (de cuya calidad no me atrevo a hablar y que en el segundo sorbo me arrepiento de haber pedido pues, por venir sin plato y con cuchara de plástico, (¡qué minimalista!, efecto de la propia modernidad), el ajuar, en estos momentos está sorteándolo mi tablet, pues lo persigue, literalmente, por la mesita (del mismo minimalismo).
Para facilitar la reflexión, distraigo el pensamiento por el monitor, donde una amable señorita con voz de sonrisa, nos ha anunciado como alternativa, una atractiva programación: un reportaje de actualidad y una película. El primero versa sobre el mundo de la bicicleta (luego resultó ser algo rancio, pues incluso las mountainbikes esas que hay ahora, el guionista las desconocía). En cierto modo, el reportaje despertó mi añoranza (hacía mucho que no me enfrentaba al NoticiarioEspañol); la segunda, el filme, me superó: «Kung Fu Panda 2». No sé si esto es propio de este medio de transporte, pero me superó. ¿No hay mejor catálogo? Opté por hacer uso del tercer juego de auriculares que la señorita de la voz de sonrisa me ofreció, por dos intentos previos infructuosos: el resultado, mejoró, pues pude elegir entre los tres canales disponibles: uno de narraciones, otro de música clásica y el infumable de la película. Opté por el segundo, claro está.
Quizás, la tercera vía, me pregunto (ya mimetizado con el medio), y me lanzo a la navegación por las redes sociales… Imposible. Nueva consulta a la señorita que a estas alturas ya pone cara de LOGSE, pues me considera algo familiar, y pesado. Ella, sin haber perdido aún la amabilidad ni la paciencia, me indica que… el tren no dispone de wifi. «Chapeau», exclamo (bueno, en realidad, más bien me callo, pero pienso: ¡cáspitas!, así, con todas sus exclamaciones). En un país donde cualquier autobús, urbano o interurbano, kiosko o café, cuelga el archiconocido «wifi free», la vorágine ferroviaria carece de conexión. Tendrá que ser así… Así, que no me queda otra, que dar rienda suelta a mi imaginación, y ponerme a escribir.
Ya ven cómo el viaje me ha resultado provechoso. Ha inspirado mi reflexión,… aunque de inmediato, tengo que cortar; llega la señorita de la sonrisa, y con esa voz de amabilidad, ilustrada evidentemente en los derroteros de la escuela global, me sugiere vaciar la mesa… Va a servirnos un suculento desayuno (algo que todos sabemos que es ya un producto nacional): tortilla francesa, con salsa de tomate y yogur griego. uhm… Riquísimo. El café, esta vez, ni lo intento.
Así que, obligado por las circunstancias, termino, y pulso el botón de apagado, imbuido en una sola conclusión: he de cambiar de medio de transporte. de momento, aquí, y ahora, tampoco encuentro la cultura, la que yo buscaba. Al menos, hay amabilidad y paciencia. Ya puede usted servir el desayuno, amable señorita, y disculpe por la espera. Me distraje un ratito en mis pensamientos…
Septiembre-2012