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Ortografía

En el marco de este compromiso que he adoptado con la cultura, me parece obligado hacer una breve reflexión sobre la continua afrenta que está sufriendo, en la sociedad actual, nuestra ORTOGRAFÍA. Y permítaseme referirme a ella de este modo, con mayúsculas, pues creo, con total convicción, que no merece un tratamiento inferior.
La ortografía vemos cómo está resultando vituperada en la cotidianidad de nuestra vida, y lo que aún es peor, ignorada por cuantos estamentos, organismos, personajes y medios, se atribuyen al mismo tiempo, la condición de garantes del lenguaje y del buen decir. Su propia hipocresía les arropa. La cosa es que al final, nadie parece salir en su defensa y quien lo hace, sabe a lo que se arriesga.
El artículo lo ilustro con una pequeña muestra que ejemplifica esta ignominia. Son fotografías que se han captado con espontaneidad, registrando la escena en el mismo marco en el que apareció. Así como lo encontramos, de un modo natural. Lo mismo fijado con spray sobre una pared, que en la tela de la pancarta, el papel de la ilustración o el grafeno que tanta modernidad le confiere hoy a la comunicación. Toda. Esta diversidad contribuye a enriquecer el argumento, nuestra teoría, nunca intuición aunque sí convicción, de que el error, el escarnio, tiene lugar en cualquier momento, en cualquier sitio y que, además, parece dar igual. A nadie inquieta. Un sencillo “se entiende lo que dice”, nos lo justifica, y para nada evita que se afee desmedidamente la situación. Cuidar la ortografía, parece ir asociado al sentido de la corrección, la bondad, lo adecuado y perfecto. No está buen visto, resulta hasta retrógrado. El esnobismo gusta más, parece hasta ingenioso. Cuando no debiera se así. Preferiríamos que se normalizara el rigor ortográfico, de modo que París no perdiera el apéndice prosódico, para seguir siendo una ciudad con encanto, o que tuviéramos bien claro que palabras como ola, vaca o mamá, resultan bien distintas cuando se le cambia o añade alguna letra. Son tantos los vocablos que pueblan la frontera de la corrección, que la desafección alcanza casi a la totalidad de nuestro vocabulario. Por eso, nos permitimos decir, convencidos, que nuestro idioma es tan rico…  y tan frágil… precisa cuidado, intervención, mimo.
Es necesario que todos y cada uno de nosotros, asumamos el compromiso de respetarlo, si no queremos depauperarlo, o perderlo. Y del único modo que se puede preservar es conociéndolo, amándolo. En su plenitud, con brillantez. Y por supuesto, erradicar esas retahílas infundadas, que lo depauperan: las mayúsculas no se acentúan, la puntuación no es importante, las reglas están para saltárselas,… Tanta banalización, flaco favor le hace a nuestra lengua. Y a quien lo practica. Y a nosotros mismos, porque todos perdemos, afeando la calidad del lenguaje.
Octubre-2012