Todos los años, los mÃos vuelven por Navidad. Ahora es mi hija, pero antaño fueron mis tÃos o primos. Siempre venÃan por estas fechas, que es cuando nos juntábamos toda la familia. Es algo ritual, entrañable, que no deja de tener su encanto, poder juntarnos en esas fechas. En todas las casas alguno está fuera: un hijo, unos padres, los abuelos,… el que más o el que menos, todos tenemos alguien. Si no, los amigos. A veces, nosotros mismos volvemos por Navidad, como el turrón. Y quizás sea de lo bueno que tengan estas fiestas: su capacidad de convocatoria, juntarnos a todos y facilitar encuentros que de otro modo llegarÃan a resultar imposibles.
Está muy bien, pero no siempre es necesario. Recientemente, tuvimos ocasión de ver cómo una ministra calificaba de “enriquecimiento cultural†la ingente cantidad de jóvenes que hemos ido exportando, poco a poco. Casi sin darnos cuenta. Ella tampoco. Lo cierto es que se nos ha ido, casi casi una generación. Echen ustedes la cuenta. Los contamos por miles y en el reparto a cada casa nos toca alguno. A alguno, siempre se le echa en falta.
No es bueno, no. No hagamos como esos polÃticos que están empeñados en maquillar una realidad que ni les gusta y saben que a nosotros tampoco. Ellos, los jóvenes, en algunos casos están hasta contentos de su éxodo. Pero desde luego, nosotros que sufrimos y guardamos su ausencia, no. Ni mucho menos. Porque hemos invertido mucho, mucho en su formación. Y no hablo de dinero, que también. La inversión la hemos hecho en ilusión, entrega, compañÃa, cariño, ilusión,… toda mi paternidad ha estado hipotecada por el logro de una titulación universitaria que,… no sé siquiera si va a resultar real. Porque veo que a muchos de mis vecinos, esas mismas ilusiones, las de sus hijos, acabaron devengadas tras un mostrador expendiendo sandwiches y bebidas azucaradas. Yo, desde luego, no quiero pasar por el mismo trance. Me molestarÃa enormemente. Sólo el cariño de padre es capaz de soportarlo, pero me enerva tremendamente, ver cómo a algunos de esos insensibles bien-posicionados, les trae al pairo este problema. Eso sà que no. Por ahà no paso.
Resulta penoso ver estos dÃas, cómo las estaciones y los aeropuertos se copan de personas que ansiosos e impacientes, esperan la llegada de alguno de estos jóvenes, miembros de su familia. Seres queridos, cercanos. La inquietud de la llegada, se refleja en sus miradas. Más tarde, cuando se anuncia ésta y la muchachada empieza a desfilar por la puerta, resultan un sinfÃn de caritas, expectantes por ver si estaba esperándoles quien ellos deseaban. Generalmente, asà suele ser. lo mismo que a este otro lado, donde lo único que queda es también esperar. Esperar a que vuelvan. Esperar a que estos dÃas sean entrañables de verdad. Esperar temerosos a que llegue el dÃa del regreso, para volver a empezar con la misma retahÃla: esperar a que se integren, esperar a que encuentren trabajo, esperar a que la vida les depare un sinfÃn de sorpresas, alguna gratificante de verdad, esperar a que aprendan un idioma cuyo dominio también tiene que esperar, esperar, esperar, esperar,…
A nosotros, nos toca de nuevo, desfilar por el andén, poner cara de circunstancia y volver a esperar que la navidad nos regale la gracia de pasar estos dÃas con ellos. Asà que por favor, señora ministra, señores adláteres, polÃticos y voceros al uso, aunque sólo sea por respeto a nuestra soledad, no disfracen los hechos, porque la realidad es ésa. Si resultan incapaces de ofrecer otra realidad, al menos no sean insensibles. Porque, si nuestros hijos disfrutan su estancia en el extranjero es más mérito de ellos, que no suyo; pues ustedes no supieron actuar con la debida visión y evitar unas circunstancias socioeconómicas que les ha abocado en una masiva emigración. Si ustedes tuvieran razón, España estarÃa plagada de jóvenes ingleses, alemanes, nórdicos, americanos, australianos o japoneses, hinchándose a visitar museos, emborrachándose de flamenco y arte, cautivándose con su correspondiente inmersión cultural. Eso, por mucho que les pese, no es asÃ. Ni de lejos. La juventud es básicamente estudio o trabajo. Pero en desigual reparto. Mientras los nuestros se aferran al primero para posponer el segundo, los de más lejos disfrutando del primero, dejan para los nuestros el gozoso papel de ser mano de obra sobradamente formada y barata. Asà que luego sucede lo que sucede, que la muchachada, allende los Pirineos, para sus estudios, no elige nuestras universidades; por mucho que ustedes las “tinten†de excelencia; ellos todavÃa prefieren las suyas, Y con el trabajo sucede tres cuartos de lo mismo, pues las empresas en las que trabajan o quieren trabajar, por resultar punteras en tecnologÃa o innovación, tristemente hay que reconocer que no se ubican en nuestras capitales de provincia, sino en las propias de sus estados originarios. Allá es donde les mandamos los más preciados valores que hemos engendrado, con la no siempre reconocida esperanza de que los sepan valorar.
Pero eso sÃ, aún nos queda la Navidad. Y su compañÃa, porque les tendremos aquà con nosotros. Podremos hacerlos un poco más nuestros. Y ellos se dejarán hacer. Sabemos que en Navidad, si se vuelve a casa, es porque en ella es donde se encuentra el verdadero calor, calor de hogar. Ese, que allá por enero, cuando repueblen los andenes, llevarán impregnado en sus maletas y henchirá sus mochilas. El calor, el cariño, de los suyos. ¿Sabes por qué? Porque venÃan a por él. Asà van, orgullosos y gozosos de sentirse por encima de todo, nuestros. Feliz navidad a todos.
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ArtÃculo publicado por EL MUNDO. Edición Cantabria. Tribuna de Cultura (pág. 10) el dÃa 30.12.2014 (descargar en pdf)